26.12.13

una breve

—Listo, ya ordené.
—...
—Que llegue cuando quiera ese elefante.
—Sos más graciosa vos.
—Qué hice ahora.
—No hiciste nada de lugar.
—Pero ordené un poco, cambié algunos libros de lugar, pasé la escoba, me compré un vestido, colgué lucecitas nuevas...
—No te hablo de un elefante metafórico, eh. Hablo de un elefante elefante.
—...
—...
—Ah, ¿no era metafórico?
—No.
—Pero además tengo un discurso que preparé, que ya estoy lista, que cuándo llega y todo eso.
—No.
—Pero hasta ensayé.
—Lo sé. Pero no.
—¿Te lo puedo decir igual?
—No. Hacé lugar.
—...
—Y me llevo estas almendras.

13.12.13

Almendras

—Eah, te extrañaba, tanto tiempo.
—Tanto no, si te conseguiste otro amigo peludo.
—No, pero ese ya no me quieAh, decís el gato.
Mirada.
Silencio.
—Bueno, sí, la gatita esta. ¿Linda, no? Y amorosita.
Silencio.
—Pero además, te compré almendras de las buenas.
Silencio.
Con sus garritas, lucha por abrir el envase en el que vienen las almendras.
—¿Te ayudo?
Mirada.
Pasa la gata corriendo, atolondrada. Intenta subir a la mesada, le erra, se cae con poca gracia, se va corriendo.
—Tsk.
Silencio.
—Así todas las noches —dice de pronto—. Yo estuve viniendo. Vos estabas un poco en babia.
—Bueno, en babia no —me defiendo—. Dormida. Cansada. Un poco triste. Muchas cosas… —balbuceo—. Igual, sé que pasabas. Te dejé un montón de membrillo, y nueces, y ahora es temporada de duraznos.
—Sí, rico todo.
Sonrío.
Ya es casi verano y hay mucha luz a esta hora de la madrugada. Lo miro mientras sigue intentando abrir la cajita de las almendras. Su belleza me resulta demoledora. Rojo fuego. El pelaje de su cola me deja sin aire. Y la mirada.
—Vine a contarte una cosa.
—Qué.
—Este verano, te va a visitar un elefante. Hacé lugar.
—Ajá.
—Bueh, no me creas si no querés. Cuando te aplaste todos los origamis, los libros y a esa gata tuya, ya vas a ver.
—Está bien, está bien, me pongo en campaña y hago lugar. Pero para qué va a venir, qué puede hacer un elefante acá. Y la gata no es mía, che. Vive acá.
—Bueno, bueno, eso es una obviedad igual. En cualquier caso, la gata esta es un poco torpe para esquivar elefantes, yo te diría que despejes un poco.
—Bueno. Y es cachorra la gata, por eso.
—Nah, nah, es torpe nomás. Pero es divertida. Indecisa y torpe, pero divertida. Y amorosita, como decís vos.
—Sí.
—Y un poco sonsa, hay que reconocerlo.
—No te abuses, eh.
—Quería avisarte lo del elefante, y decirte que eso que te dijo la chica en el subte… tiene razón: todo va a estar bien.
Nudo en la garganta.
—¿Cómo sabés todo?
—Tsk. —Con cara de resignación, me alcanza el envase de almendras, un poco arañado por todos lados, pero todavía sin abrir.
—Llevalos todos.
Sonríe. O su equivalente en cara zorra, que es algo así como: brilla más todavía.
—Te esperamos en la próxima fiesta de terraza. La primera luna llena después de una tormenta. Se supone que será antes de que llegue el elefante.
Se trepa a la ventana con su cajita de almendras. Y agrega antes de irse:
—Y que no te dé impresión: el menú incluye canapés de conejo y sándwiches de pato. Traé membrillo para el postre.