5.8.12

Zorrito de verano

Escucho grmmpf grmmpf y me levanto.
—Yo sabía: ¡duraznos para el verano!
El zorrito colorado de cocina apenas levantó la vista a modo de saludo.
—Qué bueno verte, tanto tiempo. Supuse que andabas por ahí de romance.
Ahí sí detuvo su comilona de durazno y me miró fijo. Muy bajito dijo:
—Mmmh, no, no resultó.
—Eh, pero te gustaba mucho esa zorrita.
—¿Y desde cuándo eso tiene algo que ver con los resultados?
—Está bien, tenés razón. Lo lamento.
—No pasa nada, nadie se muere por esto. Eso sí, tu máquina de dibujar... grapcias.
—Epa, yo no tuve nada que ver, eh? No me metas.
Giró lentamente la cabeza y volvió al durazno. Rascaba con los dientes el carozo, arrugando un poco el hocico.
—Igual, no vine para eso.
Lo miré con atención. Su hermoso pelaje colorado a la luz del sol del amanecer veraniego se veía casi como siempre. Incandescente, sí, pero se le notaba un dejo de tristeza. Algo en la coloración, en lo esponjoso, ese brillo que solo da el esfuerzo por sentirse bien, pero no sentirse bien realmente. Como una sonrisa que no es falsa, pero tampoco espontánea. Me dieron ganas de abrazarlo pero me contuve. Esos dientitos no están por nada, lo sé.
—Me gusta que me visites en cualquier caso. Lo sabés. Tengo uvas también. De las verdes alargadas dulces. Lo mejor de febrero.
—Vine para retarte un poco. ¿Qué es eso de treparte mojada a la bañadera? ¿Estás loca?
—Te contó ese cocodrilo buchón, no lo puedo creer. Había un gorgojo en el techo, tenía que matarlo.
—Uno no elige a la familia.
—¡No es familia, es un gorgojo! ¿Qué hace un gorgojo en el baño? Ya saqué todo lo comestible del camino, los collares de semillas, los muñecos con relleno sospechoso. Están en la pieza, en el living, por toda la casa. Ya no sé qué hacer.
—Por lo pronto, no treparte al borde de la bañadera chorreando agua. Te podías romper el alma.
Le hice un pfffs yo, qué tanto.
Nos quedamos callados un rato. Él seguía con el durazno, de a mordiscos chicos, saboreando. Yo masticaba un poco mi indignación.
Supongo que de vengativa nomás dije:
—¿Y qué pasó con la zorrita? ¿Por qué no funcionó?
—Uno no elige a la familia —respondió sin dejar de mirar fijo el durazno—. Y no vamos a hablar de eso. No estás muy autorizada que digamos.
—Bueh, encima eso. Está claro que me va mejor con la caza del gorgojo. Y a partir de ahora, también me pongo en campaña con la caza del cocodrilo.
—Mirá que sos sonsa, eh.
—Pero qué duraznos te compro.
Si los zorros sonrieran, juraría que lo hizo. Un gesto, algo en la comisura de los labios que podría haber sido una sonrisa de zorrito, pero, en fin, volvió al ataque:
—¿Cuándo te vas a resignar a que los gorgojos están en tu vida aunque no quieras?
—Ah, no. Me mudo.
—Mudate y vas a ver cómo te siguen. La familia...
Lo interrumpí.
—¿Podés dejar de decir eso? Ya sé que la familia no se elige, qué tiene que ver con los gorgojos.
—La familia no se elige y sabés que lo digo en un sentido amplio de familia, no tengo que explicarte eso también, ¿no? Aunque hoy estás más sonsa que nunca, me temo.
Me senté en el piso de la cocina en silencio.
El zorrito terminó su durazno y me miró.
—Lo único que te digo es que yo tampoco elijo a mi familia. No te trepes más a la bañadera ni seca ni chorreando agua. Es peligroso. Y dame esas uvas que me decías.
Abrí la heladera y saqué el bowl con las uvas. Después pasó algo raro. Los dos fuimos a agarrar una a la vez y sin querer nos rozamos, su pata y mi mano.
Sin decir nada más, el zorrito se metió un racimo en el bolsillo y se fue, vaporoso, por la ventana. Lo miré hasta que se perdió entre las sombras de los techos del sol de verano.
Quiero creer que a veces las caricias tampoco se eligen. 

28.1.12

Alegría de zorrito

Casi no lo escucho, pero me levanté para ir al baño y por las dudas me asomé a la cocina. Lo estaba esperando. Le había dejado especialmente unas almendras frescas y una factura con membrillo.
El zorrito de cocina estaba cerrando un paquete con un hilo. Y parecía bastante enredado.
—¿Te ayudo? —ofrecí.
—Ante todo, decile al cocodrilo ese que orejón su tatarabuelo dinosaurio.
—Bueno, creo que tenemos que agradecer que no le gustamos...
—Si serás tonta a veces, eh.
—¿Gracias por lo de a veces?
El zorrito finalmente logró hacer un nudo con el hilo. Y yo logré reponerme un poco:
—No sé cómo se combate un cocodrilo de bañadera. No estaba en el contrato de alquiler. Tal vez convenga avisarle al dueño.
El zorrito hizo uno de sus típicos tsk tsk. Me dio un papelito y el paquete.
El papelito decía:

Cosas que te dan alegría inmediata:
*El olor a tostadas.
*La risa de los sobrinos.
*Un rato de buena lectura.
*La siesta al sol.
*Un abrazo.
*La luna.
*El mensaje que te mandó un amigo el otro día. 
*El chocolate con mazapán.
*Papeles de colores.
*Esa cancioncita.
*Un anillo perfecto.
*El perfume del jazmín chino que está por florecer en estos días.
*El queso.
*Esos lunares.
y así.

—Es para que la sigas vos la lista. Y para contrarrestar esa de los miedos del otro día, que no me gustó nada.
—Estoy segura de que no lo hizo con mala intención el cocodrilo. Hay días así, donde uno está más miedoso, ¿o me vas a decir que a vos no te pasa?
Me miró fijo. Hizo tss tss esta vez, como diciendo "no sé de qué hablás" o "mejor ni te cuento".
Abrí el paquete.
—Pero... estas son mis propias antenitas de los cumpleaños. ¿Cómo me regalás algo que ya es mío?
—¿Todo te tengo que explicar? Es para que no te olvides de usarlas hoy. Más que nunca. Los zorritos solo regalamos cosas importantes en los cumpleaños.
Guardó en su bolsillo zorrito todas las almendras que le entraron y se quedó con la factura en la mano.
Cuando se estaba yendo por la ventana dijo:
—Ah, y estás invitada a la próxima fiesta en la terraza. Inauguración de temporada. La primera noche de primavera.
Me volví a la cama. Y solo tuve sueños alegres por el resto de la noche. Y un poco emotivos también.

Entrada original en siemprelista el 17.8.11.

Miedo de cocodrilo

Había pasado casi un año desde la última vez que apareció. Por eso entré como si nada al baño y al verlo pegué un salto y un grito (todo a la vez) y revoleé el cepillo de dientes que ya tenía en la mano.
Es que un cocodrilo en la bañadera, muy pancho, tirado panza arriba, tomando un trago, como si estuviera en una playa del caribe no es algo que se vea todos los días. Que mi casita será un poco desordenada, pero no es un zoológico.
No bien se acabó mi grito, preguntó:
—¿A qué le tenés miedo vos?
Entonces me quedé muda.
—Che, no es una pregunta tan difícil. A ver, empiezo yo... ¡No! La idea es que vos hagas una lista. Y te arregles un poco el pelo, que lo tenés hecho un desastre.
—Ah, me voy acordando de lo lindo que es charlar con vos. ¿Qué querés? Son las dos de la mañana, tuve un día complicado, no hay peinado que dure hasta esta hora.
—Yo sé que no te peinás a ninguna hora. —dijo bajito, mirando para el frente, donde debía estar viendo olas imaginarias, como si nada.
—Bueno, a veces... un poco... uso crema de enjuague... —me recompuse—: igual, a mí me gusta mi pelo. ¡Y fui hace poco a la peluquería!
—'Ta bien, 'ta bien, manejate —dijo sacudiendo una garra suavemente, como si estuviera desmereciendo mi afirmación o espantando algún mosquito playero de su mundo de fantasía—. Igual, no vine para eso. Vos sabrás lo que tenés en esa cabeza. Yo vine a tirarte ideas para listas, porque ese blog me da pena. Y decí que ese zorro es muy orejón para mi gusto, que si no, un día me lo zampo de un bocado y ahí te quiero ver. Pelado el blog, como van a quedar los huesos del zorrito ese. Y la primera idea es esa: ¿qué cosas te dan miedo?
Te dejo la inquietud.
Y ahí nomás se zambulló, como la otra vez, como si fuera en la pileta del hotel de sus sueños, a través del desagüe de la bañadera, y desapareció.
Tardé un momento en reaccionar. Levanté el cepillo de dientes, lo enjuagué, y mientras ponía dentífrico para lavarme empecé a pensar...

Lista de algunas cosas que me dan miedo:
*Las alturas.
*El viento.
*Las mandíbulas de los perros que son más grandes que mi mano.
*La oscuridad.
*Los pensamientos repetidos.
*Los pensamientos oscuros.
*El dolor de huesos.
*La tintura de pelo.
*Los vidrios en la playa.
*Perder un papel, una lapicera, unas llaves.
*El miedo.
*Perderte.
*Perderme.
Entrada original en siemprelista el 3.8.11

Zorrito en estado salvaje

En la madrugada oscura del invierno cercano escucho ruidos y ruidos en la cocina. Voy, nada sigilosa:
—¿Qué te pasa, Zorrito?
Está revolviendo el cajón de los cubiertos, sin ver nada en realidad, ensimismado. Casi diría que hace un puchero con la trompa, si es que no se tratara de un zorrito de cocina de pelo rojo.
Insisto con mi pregunta. Deja de revolver y me mira.
—No encuentro la bombilla —dice con una mirada desconsolada que no le había visto nunca.
—No te entiendo, Zorrito. No tomás mate. ¿Para qué la querés?
Hace uno de sus habituales chasquidos con la lengua. Ese que suena a tsky que interpreto como "nunca entendés nada". Sigue revolviendo. Sus garras, diminutas pero filosas, hacen un ruido extraño entre mis cubiertos. Aprendí hace poco que lo mejor es el silencio para que el otro se largue a contar, así que sin decir más nada me acerco al escurridor y le doy la bombilla limpia.
Tendrían que haber visto porque es imposible de describir: en una milésima de segundo su cara fue de la alegría y la sorpresa más genuina a la desesperación más absoluta. Soy incapaz de repetir el gesto, si es que hubo gesto. Tal vez solo lo vi en sus ojos. Pero así fue. Y entonces, con un hilo de voz, como si estuviera viendo un fantasma (cosa que no creo que amedrente en nada a un zorrito de cocina de pelo rojo), dijo:
—La lavaste.
Nunca vi a nadie tan desilusionado por mis tareas de ama de casa. Incluso fue peor que la cara de cuando invito amigos a comer y hago salsa putanesca y me olvido las anchoas, la albahaca y el pimentón. Era obvio que la había lavado, no podía negarlo, pero tampoco podía entender tamaña desgracia.
—...
Volví a probar eso de quedarme en silencio.
El zorrito se sentó en la mesada, las patitas le colgaban. Todo él parecía desinflado. El hocico miraba al piso. Juraría que tenía los ojos vidriosos. Me hubiera gustado abrazarlo, pero sé que los zorritos son bastante ariscos a esta clase de demostraciones. Me quedé inmóvil. Él miraba la bombilla como si fuera un agujero negro que le hubiera chupado toda su energía.
Por supuesto, de la teoría a la práctica... no aguanté más:
—¿Me podés explicar qué te pasa, Zorrito? Acá hay nueces, mirá, las dejé para vos. Te estaba esperando. Hay casi luna llena. Quiero bailar un rato. Tengo un malvón nuevo. No arreglé la canilla del baño.
Claro, cuando me pongo nerviosa hago lo opuesto al silencio.
Por fin, el zorrito me miró.
—No entendés nada —dijo con los dientes un poco apretados, pero no de enojo, si no para contener una emoción que se le quería escapar por la garganta.
Ahí me callé de vuelta y él me explicó:
—Ahí había escondido las semillas... —y de pronto, volvió a ser el zorrito que conocía—, tks —hizo con la lengua—, ¿todo te tengo que explicar?
Yo rumié un sí.
Entonces me dio un papel con una lista que decía:

Ciclo de amor de los zorritos
*Los zorritos se enamoran en invierno. Pasan los días y las noches en pareja. Especialmente a la hora de la siesta. Les encanta dormir enredados. En una pareja de zorritos durmiendo una siesta es imposible saber a quién pertenece cada pata. Esto prepara el pelaje para la primavera. Los zorritos que por algún motivo pasan el invierno solos, para septiembre tienen un pelaje un tanto desteñido y débil. Por supuesto, hay métodos alternativos para evitar esto pero eso no es importante ahora.
*En primavera los zorritos tienen a sus cachorros. Comienza la sociabilización del cachorro. Es muy común ver grupos enteros de zorritos correteando en la brisa primaveral. Es cuando aprenden todo lo que tienen que saber. Acá las familias se integran, la pareja se diluye un poco como tal, y todos los cachorros andan juntos. La manada cuida de ellos. Para fines de la primavera empiezan las fiestas en las terrazas.
*En verano ya casi no hay diferencias entre los zorritos, salvo los muy mayores que son tema para otro día. Los demás se dedican a bailar en las terrazas y corretear bajo la luz de la luna o las estrellas. La vida del zorrito que conocemos. No andan en pareja, pero sí se sonríen de una punta de la pista a la otra cuando se encuentra una pareja de invierno en una fiesta, nunca se pierde el encanto entre ellos si durmieron lindas siestas.
*En otoño, los zorritos se cortejan con regalos especiales, como semillas, dibujos y palabras.

—¿Entendés ahora? ¡Ahí estaban mis semillas!
—¿Lo que te pasa es que estás enamorado? Te ponés un poco sonso, tengo que decirte...
Ni siquiera me miró.
—Ah, porque vos no.
Traté de negarlo, pero no me salían las palabras, claro. La estrategia más obvia era cambiar de tema.
—Pero puedo ayudarte todavía. Lavé las semillas que habías escondido adentro de la bombilla —¡con razón hacía días que estaba tapada!— pero tengo algo que le va a encantar a esa zorrita.
Me fui a mi escritorio y rebusqué en el cajón. Encontré una tiza de color amarillo. Le hice un moño con una cinta alrededor y se la di al zorrito.
Los ojos le brillaban de la emoción.
—¿Es lo que yo creo que es? ¿Es una máquina de hacer dibujos?
Me quedé un instante. Traté de explicarle:
—Bueno, técnicamente, máquina no es... los dibujos los hacés vos... o ella... en la vereda...
Pero era inútil. El zorrito saltaba de contento.
En uno de los saltos me dio con el hociquito en la mejilla. Juraría que fue un beso de zorrito, pero no quiero abusar de mi suerte. Ya estaba por salir por la ventana, cuando me dijo:
—Ya sé que viene el invierno y eso, pero no me gustan nada esas pantuflas de corderito que tenés. Fijate.
Balbuceé algo pero no tenía muchos argumentos a mi favor.
—Cuando conquistes a tu zorrita avisame, que les dejo de regalo unas facturas de membrillo especiales.
Puso la tiza con mucho cuidado en su bolsillo zorrito. Agarró una nuez del montón y la guardó en el otro bolsillo. Hizo un tks tks breve y salió. Alcancé a gritarle:
—¡Juro que nunca me visitó un corderito!
Y me volví a la cama arrastrando mis pantuflas.

Entrada original en siemprelista el 13.6.11.

Consejo de zorrito

Medio dormida escuché su inconfundible ts ts ts y fui a verlo a la cocina. Ahí estaba, esta vez, hurgando entre los frascos de especias. En seguida noté su cola chamuscada.
—¿Qué te pasó?
—Anduve por un asado anoche.
—Pero...
—No quiero hablar de eso. Me enteré que andás asustando gente por ahí... —cambió de tema.
—No, yo... lo que pasó es que...
—No necesito que me expliques.
—Pero sí, yo no quería... fue que nos cruzamos y...
El zorrito hizo ha ha ha y metió su nariz en un frasco con semillas de sésamo, concentrado en no escucharme.
Me miró. Lo miré.
—Tengo otra lista para vos.
Y sacó un rollito de papel de atrás de su oreja. Me lo dio y en su bolsillo de zorro metió casi todas las semillas, salvo las que se le cayeron al piso.
El papel decía:

Lo que no me gusta de tu gato:
*Hace una voz agudita cuando lee cuentos a la noche.
*Le gusta dormir encima de tu hombro.
*Termina todas las latas de atún y no me deja nada.
*Cuando pasea por las terrazas vecinas no saluda.
*Se afila las uñas en mi sillón favorito.
*Nunca se acuerda de mi nombre.
*Es amigo del grillo ese insoportable.
*Esconde los restos de pan y facturas con membrillo para que yo no los encuentre.
*No me ayuda a juntar las semillas de sésamo.

Lo que me gusta de tu gato:
*Juega muy bien a las escondidas.
*Sabe dibujar.
*Baila cuando hay luna llena.

—Pero yo no tengo gato hace un par de años... justo estaba pensando en tener de vuelta...
—Por eso, lo sé, y ni lo sueñes. Son más las cosas que no me van a gustar.
—Me parece que estás celoso...
Hizo ks ks ks mientras juntaba algunas semillas de sésamo del piso y las metía de vuelta en el frasco porque ya no le entraban en el bolsillo.
Insistí:
—Quizá si tuviera un gato...
Me interrumpió con una mirada.
—No necesitás un gato, necesitás comprar más facturas de membrillo.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Eso y dejar de asustar gente por ahí.
—Pero, en serio, yo no quería...
—Bien, si no querés un gato, no lo tengas. Eso digo yo: no queremos a los gatos. Y volvé a la cama, que está fresco. Y mañana, acordate: mem-bri-llo.
No alcancé a responder. Veloz y silencioso salió por la ventana de la cocina y se perdió en la noche. Su pelo rojo se veía increíble a la luz de las estrellas y los faroles mientras saltaba de techo en techo.

Entrada original en siemprelista el 27.10.10.

Madrugada salvaje

Tal vez la culpa fue mía por madrugar tanto. Reconozcamos que no suelo ver lo que pasa a esa hora de la mañana en mi casa. Pero es que tenía que hacer unos trámites y me tocó levantarme muy temprano. A regañadientes, con los ojos más cerrados que abiertos y arrastrando las pantuflas, llegué al baño.
Y ahí los ojos se me abrieron guau, y la mandíbula se me cayó al piso como en los dibujitos animados. Y es que adentro de la bañadera había un cocodrilo.
Un cocodrilo enorme que llenaba mi bañadera y todavía sobresalía la cola hasta el piso y casi que tiraba mis cremas y shampúes.
Y la visión del cocodrilo no fue lo peor. Porque enseguida el cocodrilo además habló:
—Estoy de acuerdo con el zorrito ese que a veces pasa por la cocina. A tu blog de listas le falta acción, caracter, onda...
Tuve que defenderme:
—Él solo dijo que le faltaban listas.
—Es lo mismo. Yo voy a ayudarte. Te estaba preparando una lista para dejarte acá, me agarraste de sorpresa con el madrugón. Pero vení, vení, si estás apurada podés bañarte igual, yo te dejo un lugar.
—No te lo tomes a mal, pero tenés una fila de dientes larga como una autopista, afilada como la lengua de algunos, imponente como una montaña, y además tu boca es grande como...
—¿Quién sos? ¿Caperucita? No pienso comerte. Estoy tomando un coctel, no creo que seas buen aperitivo.
Entonces noté que tenía en una de sus patas un vaso con una rodaja de limón y una sombrillita rosa chicle de papel. No supe que decir a eso, pero no hizo falta porque el cocodrilo siguió hablando. Mi capacidad de asombro estaba en su rayita roja ya.
—Comés demasiada azúcar. Eso no está bien. No solo por tu salud, claro, pero no me gustan las cosas tan dulces, no te ofendas.
—No, creo que no —balbuceé un poco enojada. Y lo peor es que creo que me molestaba más que me criticara que que estuviera ocupando mi bañadera un cocodrilo que hablaba y tomaba un coctel con sombrillita.
Me miró fijo. Lo miré fijo. Yo estaba midiendo hasta dónde uno puede provocar a un cocodrilo frente a frente. Pero él siguió:
—Igual, te quedan mejor esos kilos de más. Digo, si fuera a comerte, me gusta la carne más jugosita.
—...
—Está bien, está bien. Te dejo bañarte. La lista te la termino para mañana.
Y ahí nomás tiró por el desagote de la bañadera la sombrillita primero, después el vaso y después, como si fuera a tirarse de cabeza a una pileta olímpica, se zambulló él por la cañería y desapareció.

Me metí en la ducha. Me bañé despacio, sin terminar de creer lo que había pasado. Si no fuera por unos arañazos que encontré en los azulejos, a esta altura ya estaría pensando que aluciné. En todo caso, madrugar está mal, está claro.

Entrada original en siemprelista el 14.8.10.

Zorrito de visita

Serían las cinco de la mañana cuando fui a la cocina a buscar un vaso de soda y ahí estaba el zorrito.
Esta vez, subido a un banquito, a una escalera y a un tarro, apilados, para llegar al estante más alto de la alacena. Había encontrado el paquete de nueces mariposa y trataba de meter de a dos o tres en su pequeño bolsillo.
Hacía un ruidito de felicidad con la lengua, algo así como ts, ts, ts.
Yo estaba inmóvil en la puerta, mirándolo. La cola rojiza y plumosa de los zorritos de cocina siempre me deja sin aliento. Tanta belleza en un animal es peligrosa.
Cuando se dio cuenta de mi presencia, dio tres golpecitos con una uña en la puerta de la alacena: tk tk tk.
—¡Qué cara de mal dormida! —dijo a modo de saludo.
—Hoy mi subconsciente no contrató a un buen guionista —dije en mi defensa—. Soñé cosas tan obvias que podría escribir mi propio libro de bolsillo del significado de los sueños para tontos: primero, voy manejando un auto y de pronto no lo puedo arrancar y encima me doy cuenta de que estoy en una avenida y contramano. Después estoy durmiendo como en un campamento, bien abrigada en bolsa de dormir y con fogata, pero en medio de la ciudad, en la puerta de un local. Creo que estaba esperando a que abriera no sé por qué. Y llega un grupo de borrachines, y me quieren sacar una frazada, y yo me asusto y no me puedo volver a dormir. Por último, algún personaje (tal vez en el local que estaba esperando que abriera) tenía una maquinita antigua, una especie de juego mecánico que permitía ver unos dibujitos animados, era genial y yo la quería. Pensaba que tenía que chequear en Mercado Libre cuánto salía algo así para hacerle una oferta.
—¿Todo eso esta noche?
—Sip.
Me serví un vaso de soda de la heladera y nos quedamos un momento en silencio. Hasta que el zorrito dijo:
—Tal vez, las cosas se tienen que descontrolar un poco para llegar a buen puerto...
—¿Te parece? Tu interpretación es más filosofía barata que las que yo puedo hacer, me temo.
—Bueno, si es por eso, te diría que no andes por ahí diciendo que te encontrás zorritos colorados de cocina cada madrugada. Y, además, tenés tos. No deberías andar descalza.
—Es que no encontré mis pantuflas —me defendí—. Estaban al lado de la cama cuando me acosté...
—Mmmh... seguro te las robó un puercoespín. Son mimosos y les gusta dormir sobre algo mullido. Pero no te aconsejo despertarlo. Y mañana cuando aparezcan las pantuflas abajo de la cama, fijate bien que estén deshabitadas antes de meter el pie... Pero seguro se van antes de que te despiertes. No son bichos que se dejan ver fácilmente.
—Como otros —acoté.
El zorrito hizo otra vez tk tk tk con la uña en la alacena y volvió a hurgar, como dando por terminada la conversación.
Incliné la cabeza a modo de saludo y me di media vuelta, mientras le avisaba:
—En la otra puerta hay tomates secos.
—Ah —hizo un suspiro cortito de alegría plena—. Volviendo a tus sueños: yo que vos no me quejaría con el guionista. Más bien andá con cuidado, así tu subconsciente no te tiene que andar avisando las cosas que ya sabés.
—Pero... —intenté decir algo, aunque no sabía bien qué.
—Pssst —dijo el zorrito, y me hizo un gesto con la mano que no entendí si era andá, andá, o no puedo hablar más porque tengo que encontrar estos tomates.
Pasé por el baño antes de volver a la cama. Después, me dormí enseguida, arrullada por el lejano sonido de frasquitos y latas y bolsas que se revolvían.
Soñé con erizos que se acurrucaban un una pradera de pantuflas mullidas y abrigadas.
Y por suerte, cuando me volví a despertar, no me dediqué a analizar nada de lo que pasó esta noche.


Entrada original en siemprelista el 25.7.10.

Lista zorra


Anoche me encontré con un zorrito de cocina en mi cocina. Era de madrugada, escuché unos ruidos y cuando fui a ver qué pasaba, ahí lo vi, in fraganti, metiéndose un pedazo de pan que había quedado del almuerzo en uno de sus bolsillos zorro.
Para el que no vio nunca un zorrito de cocina tengo que aclarar que no se parecen mucho a los de la película Fantastic Mr. Fox, pero algo sí, después de todo, todos son zorros. Estos no van vestidos, andan en cuatro patas bien finitas y tienen el hocico que termina casi en punta, muy estilizado. Y el pelaje... ah, es una de las cosas más hermosas que vi. Es rojizo y casi luminoso. Tal vez se parecen más a la ilustración de un zorro que había en un viejo Musicuento, pero tal vez es solo la memoria extraña que queda de las cosas que a uno le fascinan de chico.
El asunto es que nos quedamos mirándonos este zorrito de cocina con la mano en mi pan y yo, sin decir palabra por un momento. Y entonces el zorrito me dijo:
—Creo que tenés muy abandonado el blog ese de las listas. Me parece muy mal, así que te voy a ayudar un poco.
Rebuscó en su otro bolsillo zorro (no en donde acababa de guardar el pan) y sacó un papel escrito con una caligrafía muy elegante, típica de zorro. Me lo dio y se fue corriendo por donde vino, con sus pasitos sin ruido de zorro de cocina.

El papel decía:
Lista de cosas que los zorros de cocina saben y que quedan bien como tema de conversación en las fiestas en las terrazas o en los patios:
*El 96% de las personas de esta ciudad ignora la existencia de los zorritos de cocina.
*El 4% que sí sabe que existen suele dormir tan profundamente que nunca los escucha cuando buscan restos de comida en sus cocinas.
*Las bolsas de nylon hacen ruido y la gente tiene la tendencia a guardar el pan y las facturas que quedaron ahí. Sin embargo, un ruido de zorro revisando la bolsa de nylon puede ser fácilmente confundido con el viento que entra por el chiflete ese de la ventana.
*Un 6% de las personas de esta ciudad vieron alguna vez a un zorrito de cocina en su propia cocina. Pero la mitad de ellos no creyeron en lo que vieron.
*Es suertudo el zorro que se encuentra una factura con membrillo. Es el alma de la fiesta esa noche.

Lista de cosas que los zorros de cocina no saben y no conviene tocar como tema de conversación en las fiestas en las terrazas o en los patios:
*Por qué la gente usa bolsas de nylon.
*Qué sí saben el 96% de las personas que ignoran la existencia de los zorros de cocina.

Entrada original en siemprelista el 12.7.10.